Dionisio, Dios del vino en la Grecia antigua, enseñó a los cariñenenses, cómo cultivar las vides y elaborar el mejor vino.
Para eso necesitaron las cuatro estaciones del año:
El otoño para el descanso, el invierno para la poda, en primavera, brotan las yemas y el verano para la vendimia.
Ocres campos de Cariñena, refugio de viñas desnudas. En el otoñar del cielo triste, duerme plácido el viñedo.
En el oscuro invierno, el parral se amodorra por la fuerza del intenso frío. Tiempo que se aprovecha, para la poda del sarmiento.
Con la llegada de la primavera, resucitan las hojas verdes del majuelo, cubriendo con su inmenso manto, las plantas del futuro buen caldo.
Campesinos que cuidan con esmero la tierra, miman las cepas, madre del virtuoso vino, para que en septiembre se recoja la uva madura, llegando al nacimiento de la flor del vino.
Vino del bendito campo de Cariñena, refugio de sentimientos compartidos. Sangre de Cristo en la liturgia religiosa. Protagonista en las grandes fiestas y brindis en los grandes acontecimientos.
¡Cómo gusta el vino de Cariñena en el mundo!
Sangre de dioses divinos, alegría y desinhibición del que lo gusta. Refugio de verdades en el estómago. Todo me da vueltas cuando me paso, él me quita las penas de mis fracasos.
Gracias a los agricultores del bendecido campo de Cariñena, así como a los técnicos y empleados de bodega. Sin todos ellos sería imposible, que este gran vino naciera.
Que interesante poema, deja mucho conocimiento.
Me gustaMe gusta